domingo, 6 de junio de 2010

La era de la ansiedad (VII)


Pero las personas "religiosas" que se resisten al raspado de la pintura que cubre los cristales, que contemplan la actitud científica con temor y desconfianza y confunden la fe con aferrarse a ciertas ideas, ignoran curiosamente las leyes de la vida espiritual que podrían encontrar en sus propias tradiciones. Un estudio meticuloso de la religión y la filosofía espiritual comparadas, revela que el abandono de la creencia, de ese aferrarse a una vida futura propia y de todo intento de escapar a la finitud y la mortalidad, es una etapa regular y normal en el desarrollo del espíritu. En efecto, éste es en realidad un "primer principio" de la vida espiritual, lo cual debería haber sido evidente desde el principio, y resulta sorprendente que los doctos teólogos adopten actitudes que no sean la de una cooperación hacia la filosofía crítica de la ciencia.
Sin duda no es nada nuevo que la salvación sólo llega mediante la muerte de la forma humana de Dios. Pero quizá no fue fácil ver que la forma humana de Dios no es simplemente el Cristo histórico, sino también las imágenes, ideas y creencias en el Absoluto a las que el hombre se aferra en su mente. Éste es el pleno significado del mandamiento: "No te harás escultura ni imagen alguna, ni de lo que hay arriba en los cielos..., no te postrarás ante ellas ni les darás culto".
Para descubrir la Realidad última de la vida -lo Absoluto, lo eterno, Dios- hay que cesar de intentar comprenderla en las formas de ídolos. Estos ídolos no son sólo imágenes toscas, como la imagen mental del Dios que le representa en forma de un anciano caballero sentado en un trono de oro. Son nuestras creencias, nuestras estimadas ideas preconcebidas de la verdad que bloquean la apertura mental sin reservas y el corazón de la realidad. El uso legítimo de las imágenes estriba en expresar la verdad, no en poseerla.
Esto siempre lo han reconocido las grandes tradiciones orientales como el budismo, el vedanta y el taoísmo. Tampoco los cristianos han desconocido el principio pues estaba implícito en toda la historia y la enseñanza de Jesús, cuya vida fue desde el comienzo una aceptación de la inseguridad, abrazada sin reservas: "Los zorros tienen madrigueras y las aves del cielo tienen nidos, pero el Hijo de Hombre no tiene donde reposar su cabeza."
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