jueves, 3 de junio de 2010

La era de la ansiedad (IV)


Una vez existe la sospecha de que una religión es un mito, su poder desaparece. Tal vez el mito sea necesario, pero no puede prescribírselo de un modo consciente, de la misma manera que pude tomarse una píldora contra el dolor de cabeza. Un mito sólo puede "funcionar" cuando se cree que es verdad, y el hombre no puede "embaucarse" a sabiendas durante mucho tiempo.
Incluso los apologistas más modernos de la religión parecen pasar por alto este hecho, pues sus argumentos más enérgicos en favor de alguna clase de regreso a la ortodoxia son los que muestran las ventajas sociales y morales de la creencia en Dios. Pero esto no demuestra que Dios sea una realidad, sino que, como máximo, demuestra que creer en Dios es útil. "Si Dios no existiera, sería necesario inventarlo." Tal vez. Pero si la gente tiene sospecha de que no existe, la invención es vana.
Por este motivo, la mayor parte del retorno actual a la ortodoxia en algunos círculos intelectuales suena un poco falso, y es mucho más una creencia en el creer que una creencia en Dios. El contraste entre el creyente "moderno", educado, inseguro y neurótico, y la tranquila dignidad y la paz interior del creyente anticuado, hace que éste sea un hombre envidiable. Pero hacer de la presencia o la ausencia de la neurosis la piedra de toque de la verdad, es un grave mal uso de la psicología, como lo es argumentar que si la filosofía de un hombre le convierte en neurótico, debe de estar equivocada. "La mayoría de los ateos y los agnósticos son neuróticos, mientras que los sencillos católicos son, en su mayoría, felices y están en paz consigo mismos. En consecuencia, el punto de los primeros es erróneo y el de los últimos verdadero."
Aunque la observación sea correcta, el razonamiento que se base en ella es absurdo. Es como decir: "Dice usted que hay fuego en el sótano, cosa que le trastorna. Dado que está usted trastornado, es evidente que no hay ningún incendio." El agnóstico, el escéptico, es neurótico, pero esto no implica que su filosofía sea falsa, sino el descubrimiento de hechos a los que no sabe cómo adaptarse. El intelectual que trata de huir de la neurosis huyendo de los hechos, se limita a actuar según el principio de que "donde la ignorancia es bienaventuranza, es una locura ser sabio".
Cuando creer en lo eterno resulta imposible, y sólo queda el pobre sustituto de creer en la creencia, los hombres buscan su felicidad en las alegrías temporales. Por mucho que traten de ocultarlo en las profundidades de sus mentes, son bien conscientes de que tales alegrías son inciertas y breves, y esto tiene dos resultados. Por un lado, existe la ansiedad de que uno pueda perderse algo, de modo que la mente se agita nerviosa y codiciosamente, revolotea de un placer a otro, sin encontrar reposo y satisfacción en ninguno. Por otro lado la frustración de tener siempre que perseguir un bien futuro en un mañana que nunca llega, y en un mundo en que todo debe desintegrarse, hace que los hombres adopten la actitud de "al fin y al cabo, ¿para qué sirve?."
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