No juzguéis, para no ser juzgados
pues así como juzguéis, seréis juzgados.
La sabiduría es inseparable de la compasión. Nunca ofende ni causa daño. Por el contrario, el juzgar tiene muy poca sabiduría y ninguna compasión. Mientras que la compasión salva brechas entre las personas, el juzgar crea separación, aún entre amigos.
Cuando criticamos nos sentimos invulnerables, como si fuéramos omniscientes. Cuando obedecemos únicamente a los dictados de nuestra mente, cerramos ojos y oídos a las posturas de todos los demás. La comunicación entre cabeza y corazón falta y queda clausurada. Cuanto más fuerte nuestro apego a una determinada convicción, más rígida se hace. Al juzgar su fija aquello que está sujeto al cambio permanente y se lo que es abierto por naturaleza. Los juicios y las opiniones encendidas indican sentimientos de inseguridad, que se originan en el pequeño espacio del Yo. Si no, ¿por qué necesitamos adoptar una postura de superioridad? Escarbando un poco, descubrimos que las opiniones ocultan la resistencia a un conocimiento mayor. Al creernos dueños de la verdad nos disociamos de una realidad mucho más compleja. El juzgar nos da una coartada para no mostrar empatía. Nos da permiso para ahogar nuestros sentimientos y nos justifica por no mostrar compasión.
Esto puede parecer relativamente inofensivo si el único propósito es paliar nuestra inseguridad. Lamentablemente, sacar conclusiones desacertadas puede causar daño a los demás.
Sin consideraciones egoístas
se puede, con afecto, decir a los demás sus defectos,
pensando únicamente en su bien.
Pero aunque sea cierto lo que se dice,
esto provocará una herida abierta en sus corazones.
Palabras gentiles es el consejo de mi corazón.
Cuando la persona que uno despreció empieza a defenderse, sabemos que la crítica caló hondo; el daño ya está hecho. Hemos pisoteado su corazón. El veredicto que acarrea una crítica negativa puede reverberar indefinidamente en el corazón y la mente. El condenado recibe una pesada sentencia: a veces para toda la vida. Los pacientes terminales o con enfermedades crónicas deben lidiar con dos diagnósticos simultáneos: el veredicto clínico del médico y las opiniones de los demás. Aunque no se formulen directamente, los juicios quedan en el aire impidiendo que se produzca una sincera empatía. Cada visita puede convertirse en un suplicios para el paciente. En lugar de recibir el amor y la compasión que tanto anhela, debe soportar la pesada carga de la enfermedad solo, con sentimientos de culpa e inseguridad. La energía que necesita para encarar la enfermedad se transforma en angustia. Darle a la enfermedad la atención que requiere implica un enorme esfuerzo. La enfermedad pasa a ser una prolongada batalla en todos los frentes: físico, mental y sobre todo, espiritual.
Las palabras que no tocan a otro gentilmente
el sabio las aparta.
Según el dicho popular: "Si no tienes algo gentil que decir, no digas nada". Porque, ¿qué motivo tenemos para juzgar? ¿O para tomarle el pelo a otro, que no es más que una forma jocosa de juzgar? Quizá juzguemos para remarcar la distancia entre la gente, para dar rienda suelta a la impaciencia y el desdén, o para reafirmar nuestros sentimientos de superioridad. Los pensamientos y las opiniones generalmente enmascaran el temor a enfrentar aspectos rechazados de nosotros mismos: ¿Es cierto que percibimos una cualidad particular en el otro o simplemente estamos proyectando? Eso que vemos, ¿se encuentra realmente afuera de nosotros? Un buen remedio contra el juicio crítico es tener presente el juego infantil: "El que lo dice lo es".
El juzgar también ofrece oportunidades: cuando juzgamos, nos miramos en un espejo. Así como el sueño delata los deseos y temores ocultos del soñador, la crítica es el negativo de la mente emocional. Eche una mirada profunda a los problemas irresueltos que contaminan nuestro mundo privado. Con la práctica, podremos aprovechar el juzgar para despertar desde este pequeño mundo de la conciencia, que es apenas más real que el mundo onírico.
Si a nosotros nos critican nos sentimos atrapados sin salida, como una abeja en un frasco. Lo más probable es que el sentirnos atacados refuerce los patrones existentes: esta herida es sólo un golpe más, el último de una larga serie de incidentes que afectaron nuestro desarrollo. No importa cuánto deseamos cambiar, no sabemos ser diferentes.
De todas maneras, podemos estar a la altura del desafío practicando la apertura para recibir la crítica. ¿No es cierto que donde hay humo hay fuego? A veces el problema es sólo cuestión de mala comunicación, no nos dimos el tiempo suficiente para escuchar, pero reaccionamos al instante. Escuchando y reflexionando, tratando de conectar con el significado detrás de las palabras, podemos percibir la sabiduría que hay en ellas. Más importante aún, nos preguntamos: "¿Cómo puedo mejorarlo?" La respuesta se basa en el autoconocimiento. Para enriquecer el autoconocimiento, la tradición budista ofrece muchos métodos.
(Texto extraído del libro "Vivir sin arrepentimiento". Autor Arnaud Maitland)
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